“Shiva Baby”: entre el lox y la pared

Ana Carolina de Dobrzynski ✨
4 min readNov 17, 2021

Emma Seligman consigue con poco hacer bruxar de principio a fin a cualquiera que mire su última gran comedia.

No debe ser fácil a esta altura introducir en una comedia, por más cuidado que se tenga, algunos lugares comunes típicos del humor judío, esos que aluden directamente a los rasgos estereotipados de una comunidad de la que tanto los neoyorkinos han extraído material para reírse a lo largo de la historia contemporánea del cine occidental. Seligman ha logrado con visible talento hacerlos aparecer a todos al mismo tiempo como destellos, brillantes y breves, para enmarcar con fuerza y gracia absoluta el escenario que sostiene la trama de “Shiva Baby”.
Basándose en su propio cortometraje homónimo (SXSW Film Festival, 2018), la joven guionista y directora canadiense construye el personaje de Danielle en tan solo 77 minutos con una profundidad inesperada: a fuerza de secretos y chismes se llega a conocer la completitud de la vida que la atraviesa y su necesidad de hacerse camino entre prejuicios familiares y bagels de salmón. Danielle tiene motivos para esconderse. Frente a un entorno religioso y tradicionalista ser una persona queer, trabajadora sexual y dedicar sus estudios académicos al arte con perspectiva de género (o “gender business”, como a su madre le gusta decir para darle un tinte más profesional que la proteja ante la vergüenza) es suficiente para convertirse en la oveja negra del Shiva que la convoca. Aunque, por más obligada que esté a ir, ni siquiera sabe con exactitud quién ha muerto.
La incomodidad aparece desde el primer minuto de la película y es definitivamente la nota que se sostiene hasta su final. En una primera escena Danielle está trabajando: tiene como cliente a un sugar daddy, es un hombre cuya presencia resulta agridulce, se lo percibe normativamente bello y respetuoso, pero en sus excesos radica cierto deseo por mantenerle distancia. Sin embargo, cuando Max (Danny Deferrari) aparece para sorpresa de Danielle en la ceremonia velatoria con su perfecta esposa (o “Shiksa Princess”, como a su madre le gusta decir para señalar la desgracia de una esposa no judía en el entorno) todo este rechazo parece pegar la vuelta para convertirse en una especie de deseo inmediato por recuperar el poder que sentía pertenecerle en su posición de Sugar Baby.
En este punto cabe reparar en el interesante tratamiento que propone el film sobre las figuras masculinas. Son pocas, eso sí. Los personajes son mayoritariamente mujeres aunque la masculinidad está presente de forma constante en el diálogo, un cincuenta por ciento como un objetivo a alcanzar para concretar una relación sentimental y el otro cincuenta para despreciar con rabia sus actitudes defectuosas. Así es como Debbie (Polly Draper) hostiga a su marido, el padre de la protagonista, haciéndolo ver como un triste idiota frente a su hija y todos los demás. Sumando también la puja entre rechazo y deseo que se mantiene con el Sugar Daddy, de quien depende el capital de Danielle y con quien no mantiene ningún tipo de interés afectivo, el concepto hombre en el régimen de esta comunidad se define como un objeto tanto necesario como inútil.

La risa que produce este film es particular, la tensión de la protagonista es contagiosa mediante el uso reiterado de primeros planos extensos que captan todos y cada uno de los movimientos en la gestualidad de su rostro. Ella sufre de un estrés que la consume notoriamente, sus tías cotillean fervientemente, su madre la persigue y el espectador ríe nervioso al borde de una crisis de ansiedad. Con el andar de la trama y la intensificación de comentarios juiciosos que atacan como flechas directo a la protagonista, asciende también el asco. La metamorfosis de una Danielle con los ojos en el suelo y el estómago cerrado hacia una protagonista hambrienta de validación está acompañada por imágenes de creciente impacto que la retratan engullendo con desprolijidad todas las comidas que su madre había intentado hacerle ingerir anteriormente. Junto con esto, se aprecian también personas atragantadas, la dueña de casa desesperada por una situación desagradable en el baño, miradas lascivas por parte de Max e incluso un vómito en la alfombra.
“Shiva Baby” es una película simple y potente. Ni un signo sobra en la construcción de su historia, un relato explosivo está compacto en actuaciones que no parecen tampoco actuaciones en su naturalidad, diálogos filosos, enredos inagotables y un final que anuncia el ocaso de una tortura sin apagar el fuego del desastre.

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