Mundial de Escritura 8: Día 1

Ana Carolina de Dobrzynski ✨
3 min readNov 1, 2022

Consigna: La idea es escribir un texto en el que los protagonistas sean los animales. Se puede contar, por ejemplo, una historia a través de su perspectiva, pero también inventar un mundo en el que los animales hablan o escribir la historia de tu vínculo con tu mascota.

Durante un tiempo mantuve al mundo entero aferrado entre mis pinzas: bien cerca mío y a la vez insistiendo en lo que otros llaman “cierta perspectiva”. Creía entonces poder hacer ambas en el tiempo de una. De esa forma yo habría creado todo lo que me correspondía y era también gerente de todos mis sucesos. Si venías a buscarme por la tarde, nuestra infancia viviendo en Philadelphia, si el viento nos dejaba caminar sin oscurecer el sonido de nuestras conversaciones eran, en efecto, cosa mía.

Odio decir que más de una vez lo sostuve con fuerza desmedida y en ocasiones dañé torpemente sus bordes: un mundo de bordes averiados no es ni debería ser nunca hogar de nadie. Nosotros pasábamos el mismo tiempo en nuestras casas que en la casa del otro y eso para mí eran hogares en perspectiva y nunca jamás quise quebrar la comodidad de esa costumbre. Así que no lo hice. Me las ingenié, resistiendo mareas eternas, para seguir coexistiendo juntos en cualquier lado, siendo para cada uno la figura de un espíritu aferrado para siempre en la vida del otro.

Los veranos eran inquietos. Nos llevaban juntos, mis tíos y tus padres, a la Bahía de Delaware a pasar los fines de semana. En la playa me enseñaste que los cangrejos mudan su caparazón para seguir creciendo y creaste en el mundo que juraba conocer un miedo de grandes ojos flotantes. Soñaba, en el fastidio de las noches calurosas, una mudanza horrible que yo mismo autorizaba por un impulso natural, biológico, abandonando todo lo que siempre fue mío para encajar en un lugar extraño y correspondiente. También discutíamos fervientemente, yo sostenía que esos animales podían darse vuelta solos cuando la corriente los dejaba con las patas hacia arriba. Vos me desafiabas y así nos quedábamos hasta que el frío nos expulsara de la orilla, esperando el momento en el que apareciera uno luchando épicamente por su derecho a enderezarse.

Con los años aprendí a esquivar estas inseguridades dando a veces pequeños pasos al costado. Todo seguía siendo aproximadamente como yo lo necesitaba, caminábamos por Market Street imaginando de qué nos gustaría trabajar y terminábamos comprando cupcakes en Luna Café volviendo a casa. Los veranos seguían ahí, mis tíos nos dejaban explorar sobre la arena y vos siempre traías información nueva sobre la vida marina porque estudiabas mucho sin miedo a las naturalezas ajenas. Yo, un cuerpo áspero y crocante, no admitía el paso de ninguna sorpresa a mi pequeño mundo pronto a ser obsoleto. Supongo que nunca descubrí a tiempo mi fragilidad ante las órdenes de nuestro propio crecimiento.

Un día el mar se abrió en un tono descarado. Mi propia ilusión americana de cavar para ambos un mismo y único pozo en el suelo para vivir siempre aferrados tuvo que mudar sus intenciones a una adultez poco fértil. Mis tíos y tus padres, reunidos para montar la fiesta de mi despedida, mi futuro universitario lejos tuyo mientras vos diseñabas tu futuro con alguien más, me dejaron al revés hasta darte la razón. No sé los cangrejos, pero por lo menos yo nunca pude darme vuelta solo.

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