Mundial de Escritura 2: Día 3

Ana Carolina de Dobrzynski ✨
3 min readJun 3, 2021

Consigna: escribir sobre la derrota más grande que hayan tenido. El objetivo no es que suene dramática sino más bien cómica, que puedan tomar distancia de esa situación y narrar con desapego y gracia.

Apurarse es habilidad de pocos. Se necesita fuerza, antes que nada, luego está la paciencia, precisión en las órdenes que comandan el cuerpo, coreografía de puntas delgadas, el compás de la cuerda floja. No es nunca absolutamente necesario y se reserva hasta el punto en el que se vuelve única solución.
Las mañanas se aprenden. Nadie nace totalmente despierto y dormirse es resignar el juego más importante de todos los juegos, el comienzo desde el final de los comienzos, el índice de la vida. Se empieza el día sin contemplar que no sea igual al anterior hasta el instante en el que se diferencia.
El tren es otro asunto. Esa máquina de llevar y traer aire de lugares atorados en una dimensión portátil, viajes en el tiempo o el tiempo de los viajes. Uno de los extremos será puntual mientras el otro no sabe ni a dónde va.
Que las cosas salgan bien es una hipótesis a comprobarse. El tren puede hábilmente llegar mal, en un tiempo que no le corresponde desde un lugar que no le pertenece y así, como quien duerme sabiendo que la coreografía es siempre y todos los días la misma, puede bien encontrarse descarrilado en un segundo que no funciona.
Vestirse parece natural. Se puede encimar prenda por prenda como la mañana se encima sobre la noche, minuto sobre minuto se dirige el ordenar de objetos necesarios, encontrar las llaves en el mismo lugar y retirarse. Un paso sobre el paso anterior que sabe que debe posicionarse frente al mismo, que ahora también es anterior del consiguiente.
Correr no garantiza nada. Cuando el segundo que no funciona compite con la mañana, que no se apura porque no duerme, es indicio de que las cosas no tienen por qué salir bien. El tren corre las carreras que se le indican y el rival confunde incongruencia por rutina, un paso no coordinado es inútil pero no lo sabe, no lo aprende, naturaleza contra el error en la simetría predecible.
Escuchar es una herramienta. Un sonido ubicado en donde no tendría que estar puede bien ser la muerte del esquema. El tren que no sabe a dónde va tampoco sabe contar, quien vislumbra su estruendoso error está confundido y apura su ritmo creyendo que la culpa le pertenece. Puede tanto el reloj haberse frenado como puede la máquina haberse robado el tiempo ajeno.
Pensar no es ventaja de nadie. El uso de la consciencia no puede nunca ser simultánea a las tareas del cuerpo. Preguntarse por el error cobra instantes que se preguntan por el éxito de quien pierde su ventaja mientras el tren, adelantado e impredecible, traiciona la rutina de quien lo estudia.
El cansancio no es alternativa. Mientras se corre calle abajo nace el olvido del cuerpo, nunca totalmente despierto, y de los pasos apurados que parecen cronometrar el próximo golpe que pondría fin a las posibilidades de llegar como se llega cada mañana al andén. Una baldosa levantada basta para poner todo en un nuevo lugar, uno distinto a los lugares conocidos.
La derrota se asume. Con el cuerpo contra el suelo se ve al tren llegando al andén que no lo esperaba aún y dos piezas de tiempos distintos están encimados para quebrar la expectativa ordenada de la nueva mañana. Inédita una coreografía va inventándose sobre la marcha, excusas nuevas se alinean sobre las vías para avisar una llegada tarde al trabajo, un segundo que no funciona, una simetría ligeramente irregular.

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